Postrado a vuestros pies humildemente,
Vengo a pediros, dulce Jesús mío,
Poder repetir constantemente:
¡OH JESÚS DEL CALVARIO, EN VOS CONFÍO!
Si el dolor del que espera, amor espira,
Esa prueba de amor daros ansío;
Mi alma en su dolor por Tí suspira:
¡OH JESÚS DEL CALVARIO, EN VOS CONFÍO!
Aunque sienta nacer la desconfianza,
Por haber provocado tu desvío,
Nunca será nublada mi espereranza:
¡OH JESÚS DEL CALVARIO, EN VOS CONFÍO!
En las horas más tristes de mi vida,
Cuando todos me dejen, ¡Oh Dios mío!
Clamaré confiando en tu acogida:
¡OH JESÚS DEL CALVARIO, EN VOS CONFÍO!
Dame tu paz, Señor, en ella creo;
Vivo luchando por la paz que ansío;
Vencer y ser tuyo es mi deseo:
¡OH JESÚS DEL CALVARIO, EN VOS CONFÍO!
Siento una confianza de tal suerte,
Que, sin ningún temor, Oh Dueño mío.
Espero repetir hasta la muerte:
¡OH JESÚS DEL CALVARIO, EN VOS CONFÍO!
¿Qué embrujo tiene tu pena
Madre del Mayor Dolor,
que es como caricia y flor
que el alma de gozo llena?
¿Qué panales de dulzura
guardan tus ojos, Señora,
que convierten en aurora
la noche de tu amargura?
¿Por qué tus manos de nieve
encarnan en frío, si luego,
al roce de un beso leve,
se hace de brasa y de fuego?
¿Por qué nos brindas consuelos,
si Tú consuelo no tienes?
¿Por qué tan solo en dar bienes
se nos rinden tus desvelos?
¿Cuándo, sin ley, ni razón,
el hombre, ciego te ha herido,
como lo acoge el latido
de tu propio corazón?
¿Y hasta dónde es tu Bondad
siendo tan honda la herida,
que estás muriendo y das vida,
a toda la Humanidad?
Yo nunca se descifrar
cuando me acerco a rezaros,
misterios que son tan claros
y tan profundos a la par.
Yo nada más sé decir
Virgen del Mayor Dolor,
sino que enferma de amor
quien se acerca a tu sufrir
o aquel que mide tu pena,
al ver desfilar tu paso,
en la carne, nardo y raso,
de tu cutis de azucena.
El Calvario de San Lorenzo, con su túnica morada y el apretado turbante frontal de las espinas, estará a las puertas del templo, con la Virgen del Mayor Dolor, sobre estas andas que le hicieron a Ella, con sueños de libertad en las manos, los presos de Córdoba. A esa hora, en la cumbre del alba […], ¡las saetas del Calvario! […]. Y entre ellas, la saeta mayor, la que la “Talegona”, voz de pueblo, hermosa y brava como las grandes mujeres de la fe española, entrará […] dentro del pecho de Cristo, abierto como una bóveda inmensa sobre nosotros:
“Plazuela de San Lorenzo:
de tu suelo brotan lirios,
que son el bálsamo bueno,
para aliviar los martirios
de Jesús el Nazareno”.
Pero, de pronto, la Pasión, como llegando a su cúspide, alcanza un nombre bíblico, absoluto: ¡El Calvario! No hay mayor altura que la del Calvario. No hay dolor como el de la Virgen. Las procesiones, a partir de ésta, adquieren una densa gravedad. «Es un Calvario -escribió con su maestra pluma, vuestro ilustre José María Rey- que es como la Iglesia, eterno, y está levantado en el barrio de los piconeros históricos». Un Calvario del que dijo el obispo Siuri: «Un Credo ante ese Cristo vale una mina de oraciones». Un Calvario que salía a bendecir al Marrubial, alzando su mano hacia los cálices miniaturas de los trigos. Un Calvario que está en el barrio del Hospital de la Providencia, de la espina de Jesús, del Crucificado mejicano. Con Él salía la Córdoba antigua al impresionante Vía-Crucis que daba su fervor a los campos. Santificar los viernes: esa fue su misión. Mientras, los nazarenos atronaban el aire con la polifonía del «Miserere». Junto al Calvario, su Mayor Dolor. Abierta la boca, pálidos los labios, atravesado el corazón, y en la mirada, aquel piropo de Valdivielso, el José del gracejo y las letrillas: «Brillantes van, Señora, entre salvillas -de alegres yerbas, y olorosas flores- de bullicioso aljófar salpicadas…».
Y de la ermita de las Montañas, donde nacieron, cordobesamente, los yermarios de Belén. De aquel su Nazareno en cuyo Vía Crucis las gentes hacían pasar sus rosarios por la túnica. Un San Lorenzo que cambiaba corregidores cuando querían tocarles al precio de la hogaza de pan; o que los alentaba, cuando, como Ronquillo, eran corregidores, a lo Cruz Conde, ávidos de hacerles el bien de engrandecerles la vida y el espíritu. […] Un «Calvario», en cuya evocación sugestiva aún suenan -sobre sus escudos- los viejos Vía Crucis del Marrubial, aquel Credo reverente del que Siuri, el Obispo, dijo que «valía como un cielo ganado» cuando aprobó las veinte cadenas ascéticas de sus reglas. «Calvario» por quien el pan se hizo cofradía, y que ciñe a su escudo, como un símbolo mortal, la corona de unas espinas sangrantes.
En San Lorenzo, la noche será Jesús del Calvario. Es lógico que allí la Virgen se llame del Mayor Dolor. Repiques de Vía Crucis en aquel Marrubial asuncionista del XVIII. Marea de saetas el barrio. Jesús, imagineramente, da otra lección: lleva su santísimo oído puesto en el cruce de los maderos de la Cruz. Es decir: hasta la muerte oyéndonos. Y oyéndole cada uno hasta la muerte. El labrado del Madero, en oleaje, como un símbolo manriqueño de «la mar que es el morir».
Padre Jesús del Calvario
vuelve la cara hacia atrás
al ciego dale la vista
y al preso la libertad.
Situados, esa pirámide truncada que en sí forma la superficie de la Plaza de San Lorenzo, nos hace pensar poéticamente -mirando a la fachada de la parroquia- que el pecho de la Iglesia está como apuñalado por sus cinco arcos. Los mismos que serán como amplios objetivos para mostrar en toda su belleza la justísima salida de la Virgen del Mayor Dolor. Mientras ya afuera, se va hacia Santa María de Gracia este Jesús del Calvario, ceñido con corona de espinas de oro, vistiendo túnica añeja bordada sobre color cardenal, venciendo todas las inclemencias de su larga historia. Y manso, será el Cordero que llevado al matadero, que Isaías no pudo contener y proclamándolo a Israel, llegó con su cruz de suplicio hasta nosotros.
Sí, en Jesús del Calvario, se cumple todo lo dicho. Ahora es la Víctima propiciatoria de la Alianza que limpiará los pecados. Y el cáliz de pruebas de dolor y sufrimiento que empezará a beber el Domingo de Ramos en el huerto, ahora lo va apurando ya camino del Calvario. Mientras el pueblo le canta -sin dejar de mirarle- esas lamentaciones que son desgarros de garganta. Y una de las saetas le dice:
¡Con qué fatiguitas vienes
Pare Jesús del Calvario!
Son morados relicarios
¡esos golpes de tus sienes!
Ya se escuchan, sobre las apretadas cabezas de la gente, las voces de mando del capataz… que van acercando el paso de palio de la Virgen del Mayor Dolor hacia la ojiva, que desde fuera ¡parece una pesadilla infranqueable! Pero, ¡chist!... ¡chist!... ¡chist!... Silencio, que ha llegado el momento… Y con brío y decisión justa, el capataz, haciendo más férrea aun la voz, pide a los costaleros que doblen los zancos de la parihuela… Y hecho rápidamente, despacio el palio “se pone de rodillas” […]. Y así, de rodillas, aguantando firmemente… ¡Vámonos valientes!… […] Y la Virgen, que no pierde su doloroso desmayo mirando al cielo, es puesta casi milagrosamente en el cancel de piedra que ante Ella hacen todos los arcos de entrada. Mientras, un súbito y alargado aplauso ¡corta de raíz! el silencio que se había hecho inquietante en toda esta plaza de San Lorenzo. […] ¡Vaya porte de Emperatriz de los Cielos que tiene esta Reina en su místico éxtasis… que pareciera elevarla como una Asunción Dolorosa entre los varales del paso! Me embelesa tu realeza. Me enamora tu postura… Y el llanto en cascada pura cuaja perlas sobre Ti. ¡Con qué majestad suprema va arrastrando su manto lleno de esas arrugas que parecieran oleajes de gracia! […]. Respira ya, Virgen del Mayor Dolor, que tu palio ya está fuera y toda Córdoba te espera por consolarte de amor.
Cuando te vemos pasar
hundido por el cansancio,
agolpadas ansiedades,
como clamores extraños,
se precipitan oscuras
por los rincones del ánimo.
¡No hay dolor mayor que el tuyo,
ni esfuerzo tan sobrehumano!
Cuando te vemos pasar
a tu destino abrazo,
buscamos sobre el sentido
del camino desolado.
Se suceden las preguntas
de corazones callados
y surge la interrogante
sobre el sufrimiento humano.
¿Por qué el hombre carga cruces
sobre sus propios hermanos?
Cuando te vemos pasar
por San Lorenzo cargado,
queremos ser nazarenos
para ir con cirios morados,
iluminando el camino
por el que vas condenado
y seguir la Vía Sacra
que llevó vida al Calvario.
Para Ti Señora mía
estos decires de amor…
¡para Ti que eres la Flor
que en mi sendero me guía.
¿Dónde agua encontraría
por calmar mi sequedad…
sin beber en tu llorar
que refresca mi sequía?
Tu llanto amargo es la ría
que empapa mi corazón
y tu sufrir la razón
que nos trajo la alegría.
Revestida así, María
con las blancuras del cielo
sigues llorando agonías
de tu Calvario de duelo…
¡de aquel Calvario de amor
que se hizo muerte de Cruz
que te hizo Mayor Dolor
por ser fiel y esclava Tú…
Por esto Señora mía
aunque tu pena es igual
hoy derramas claridad,
¡resplandores de ambrosía!
Y es que ¡claro a fin de cuentas!
Tú eres la Reina del cielo
que gime sobre el pañuelo
estando triste o contenta…
¡Tú eres la Rosa ideal!
Postín, en Miércoles Santo
que aunque llore en quebranto
viste hoy blancuras de Paz…
Si Ella es blanca por la cal
que hace humilde a Capuchinos
Tú eres blanca por ser Nardo
que perfuma mis caminos…
Si Ella es blanca por arder
como una llama en anhelo
Tú eres blanca, por Jazmín,
que ha brotado en San Lorenzo…
Si Ella es blanca como nube
que en los cielos se empina
Tú eres blanca por tu gracia
¡que es una Dalia divina!
Si Ella es blanca por la malla
Que se mece tan gitana
Tú eres blanca porque callas
las penitas que desgranas…
Si Ella va detrás de Ti
nimbando la madrugada…
Tú refinas San Lorenzo
bajo luna plateada…
Para Ti Señora mía
este canto pasionario
porque Tú eres la Flor
abierta en Aniversario.
En el atardecer del Miércoles Santo, el mismo lugar, (Plaza de San Lorenzo) rincón cofrade por excelencia de geografía cordobesa, volverá a palpitar de devoción y entusiasmo. La antigua Hermandad de los Panaderos, hoy renovada con espíritu singular, revive en las calles de la ciudad el lento Vía Crucis hacia el Gólgota. Del rosetón de San Lorenzo, mágico ojo de la iglesia, se escapa una lágrima al alejarse Nuestro Padre Jesús del Calvario, y mana el llanto a borbotones cuando, después de la costosa salida se cimbrea el palio de la Virgen del Mayor Dolor… Al llegar a la calle San Pablo, un aroma de añoranzas va la noche perfumando, una estrella desde el cielo señala triste el Calvario y una herida hecha clavel se acerca hacia su costado. Y de regreso, ya en la madrugada.
La Plaza de San Lorenzo
es pórtico del Cielo
en la noche reluciente
tachonada de luceros.
Tras los cirios gastados
de anónimos nazarenos,
ha pasado bajo el arco
Jesús cargando el madero.
En San Lorenzo nos habrá hecho enternecer ante su Dulce y Ensangrentado rostro, mirada Triste y Grácil postura que hace parecer liviano el peso de la Cruz, y que camina hacia el Calvario en soberbio canasto de talla (posiblemente una de las obras más logradas hasta el momento de nuestra Semana Mayor) y que sus costaleros con andar seguro y firme portan sobre sus hombros camino del Realejo, San Andrés y San Pablo, calles que son en Córdoba, clara evocación de la de la Amargura y que por su especial configuración y belleza son ideales para el tránsito de nuestras cofradías.
Del Calvario me quedaría con su viveza. En este paso parece que Cristo camina, parece que no es el paso el que avanza sino la propia imagen. El barrio de San Lorenzo considera a este Cristo como suyo, pero no con sentido de posesión orgullosa, sino de vecindad alegre. El Calvario atrae siempre por su Cruz. Y algo más: por el símbolo de una Cruz que se acoge y que se abraza. El paso, tan labrado artísticamente, subraya con primor el delicado abrazo de Cristo a su propia Cruz.
¡Mayor Dolor, Rosa bella!
pasionera de Pasión,
que lloras con tanta unción,
que el gran sufrir, no deja huella…
Pues, tu hermosura, destella
en Ti, su marca preciosa,
¡y jamás se vio a una rosa
tronchada y en pleno olor!
¡brilla en tu llanto, el amor,
flor de perlas, rociada!
y tu Gracia es derramada
como un río de primor…
¡Guarda tu pecho el dolor
de tu afligido traspaso!
y aunque es de hieles tu vaso,
no se empaña tu candor…
¡Ni los más finos joyeros
que guarden grandes tesoros,
se comparan con tu lloro,
de tu llanto pasionero…
Y es que son, de la pena,
de tu alma en Gracia Plena
de olores primaverales…
Y el lazo, que te aprisiona
en estrechez y tortura
¡resalta más, tu finura!
y tu temblor ¡me emociona!
Porque una luz celestial
envuelve tu sufrimiento,
y a tu vera ¡reza, el viento!
¡se rinde, lo natural!
¡y muestras tu paradoja!
tu tragedia por la Cruz,
tu Calvario, por Jesús
que hace bella, tu congoja…
Mayor Dolor, Flor preciosa,
de tanta pena arrasada,
¡Virgen pura y perfumada
por tus lágrimas hermosas!
Mayor Dolor… ¡Sentimiento!
suspiro que mira al cielo,
¡poema, para un pañuelo,
que hace llorar, hasta el viento!
Dicen que al verte pasar
por San Zoilo, Señora
vieron al aire llorar
y palidecer la Aurora.
Cuando de tus ojos negros,
¡Reina de Desventura!
brotaban como regueros
constelaciones de estrellas
realzando tu hermosura.
En tu pecho el frío acero
¡dolor de tan negras horas!
rompe el albar de tus blondas
en revuelo de palomas.
Y en tus sienes nacaradas
de conchas caracolas
rumores mediterráneos
como en un vaivén de olas
llevan presagios de muerte
¡de Córdoba a Jerusalén,
de Jerusalén … a Córdoba!
Dicen que al verte pasar
por San Zoilo, Señora
vieron la noche llorar
por rincones y plazuelas
cuando te vieron teñidas
de jazmines tus mejillas
y crisoles cordobeses
fundieron en joyas finas
en tus labios las esencias
de rosas de Alejandría.
Dicen que al verte pasar
por San Zoilo, Señora
hasta la Luna lloró
desolada por tu pena.
Y en las casas señoriales
azahares y azucenas
cubrieron de negro luto
los patios y azoteas.
Dicen que al verte pasar
¡Dulce Reina de Hermosura!
con tu dolor sin consuelo
sin poder contener
¡lloró el Universo entero!
Y la rosa arrebatá
de color de sangre y fuego
vistió pétalos de luto
al ver dolor tan intenso.
Que es casi de madrugá
y por San Zoilo va
¡la Reina de San Lorenzo!
Cómo me duele
tu dolor Señora
de mirada alzada
y desconsolación,
vuelve hacia nosotros
esos lindos ojos
misericordiosos
de Mayor Dolor.
Muéstranos al Hijo,
fruto de tu vientre,
que transita hundido
cargando su pasión,
camino del Calvario,
Señor de San Lorenzo,
en la cruz que tú acarreas,
injertarme quiero yo.
Y en su palio, y en su fleco,
y bordado en medallón,
para gozarte mecido
con tanto gusto y primor.
Jesús sigue caminando con la cruz, y el tacto sobre el pedregal se convierte en andanza de oraciones. Hace casi tres siglos el horizonte oriental de Córdoba se dibujaba desde el calvario del Marrubial, hasta donde cada viernes del año discurría un Vía Crucis de fervorosa comitiva que alejase las epidemias y trajese las buenas cosechas. Aquel racimo de plegarias penitenciales se revive hoy cada Miércoles Santo acompañando a Jesús del Calvario, perfilando en su estampa clásica de nazarenos cárdenos y de palio de cajón el peregrinaje eterno del hombre anhelando “un Cielo nuevo y una Tierra nueva”, implorando desasirse para siempre del Mayor Dolor de la Historia. Así se intuye en la plegaria del nazareno bajo el cubrerrostro:
Señor, pequé, ten piedad,
ten, en tu cruz y en mi rezo,
misericordia de mí,
al salir de San Lorenzo.
En tu andar de Vía Sacra,
en tu sagrado sendero,
haz que en esta anochecida
de morado y nazareno,
sólo broten de mis labios
oraciones y silencios,
y en tus catorce estaciones,
mis catorce padrenuestros.
Que a tu sufrir y a mis pasos
acompañe el Padre eterno,
y te haga Dios de esta Tierra,
Señor que estás en el Cielo.
Que sólo por bendecirte
se prenda al aire el incienso,
y santifique tu Nombre
tanto amor y tanto esmero
de tu canasto dorado,
sol de oro y luz de fuego.
Que desde tus pies desnudos
venga a nosotros tu Reino,
que deshoja de riquezas
y enriquece los adentros.
Que aunque rechacen mis manos
llevarte al Calvario preso,
se cumpla Tu voluntad
en la Tierra y en el Cielo,
que es lo mismo que decir
en mi gloria y en tu sueño.
Que no falte cada día
tu Cuerpo como alimento,
por eso, danos tu pan,
Señor de los panaderos.
Que tus ojos no se fijen
en recontar mis tropiezos,
sino perdonen mis faltas,
y tu perdón me haga luego
poder mirar al hermano
sin rencor y con afecto.
No dejes, Señor, que caigan
mis obras ni pensamientos
en la oscura tentación,
que entonces no te merezco.
Líbrame de todo mal,
arropa, Señor, mi cuerpo,
y mi alma y todo mi ser,
y haz mi camino sereno,
hazme dichoso a tu lado,
haz que se pierdan mis miedos,
haz de tu dulce mirar
mi refugio y mi consuelo,
que un sencillo nazareno,
con su cirio y su rosario,
Señor, Jesús del Calvario,
te reza su Padrenuestro.
Cuando esa tarde ha perdido el brillo y ya no es más que la luz de una elegía triste, el Señor del Calvario está en la calle y con Él se aprende lo que pesa la cruz. Al verlo venir por el Realejo, con el fondo de su casa de San Lorenzo que no puede vivir sin Él ni Él sin su iglesia, las fotos antiguas en blanco y negro vuelven a tener vida. Cierto es que ya no lleva cruz plana, ni una Verónica delante y que su paso es otro, pero en pocos momentos como éste se puede uno asomar a lo más inmortal de la Semana Santa. Como si todo fuese la intimidad vieja de su capilla barroca, nada distrae de la esencia: el tierno mirar del Señor que casi pide ayuda para llevar el madero, el caminar sobrio que le balancea la túnica, la tristeza de la soledad con la que se dirige a la muerte. Las cornetas le lloran como si fuesen padrenuestros en la intimidad de una tarde de otoño, los cirios son lámparas votivas ardiendo con la devoción anónima y todo lo que le rodea es una Vía Dolorosa compadecida del desamparo de Jesús del Calvario.
Guiados por el ejemplo del titular y acaso para no que no se sienta más tiempo solo, hasta sus costaleros han hecho una familia de hermanos y a falta de plantillas sobradas se cargan con la cruz del esfuerzo y llevan al Señor del Calvario y a la Virgen del Mayor Dolor, poema fúnebre elevado a las alturas con la mirada, la candelería y la proporción de su palio, hasta el puerto seguro de la Catedral. Aquí está la mejor demostración que se pueda dar de que para conseguir algo no hay que decirlo muchas veces, sino callar y hacerlo.
Que no me falte, Señora,
el calor de tu mirada,
ese báculo de mi vida,
Fuente Santa de Esperanza.
Llévame siempre contigo,
y en el último suspiro,
no me dejes, porque quiero,
como un postrero favor,
Virgen del Mayor Dolor
llegar de tu mano al cielo.
No te caigas Nazareno,
avanza hacia Catedral,
no te caigas Nazareno,
y en tu humilde caminar,
llena de luz San Lorenzo,
llena mi alma de Fe,
en tu misión redentora,
permítenos ser tus pies,
camino del Realejo,
andando sobre la mar,
Cristo de barrio viejo,
azahar de eternidad.
Que no nos falte tu pan,
por los siglos de los siglos,
que perdonas desagravios,
y consuelas a afligidos,
que remontas calle Feria,
en oración compungido.
Que no nos falte tu pan,
por los siglos de los siglos,
Nazareno del Calvario,
Hijo de Dios yo te pido,
des fuerza a tu sacristán,
que da testimonio contigo,
de que Tú eres la verdad,
que a tu lado no hay olvido,
que en tu canasto barroco,
eres Dios y eres el hijo,
que no hay Mayor Dolor en la Vida,
que no poder caminar contigo.
Ten misericordia Padre eterno,
que en San Lorenzo te pido,
que como hiciste en mi albor,
Capataz de Nuestras vidas,
en mi último estertor,
estés presente conmigo.
Y con El Calvario, donde nos abrumará El Señor de la dulce mirada y su secular Vía Sacra desde San Lorenzo.
Y vendrá luego, desde la bellísima Iglesia de San Lorenzo, Nuestro Padre Jesús del Calvario cargando la cruz de su sacrificio y de nuestra salvación.
Y Ella, María del Mayor Dolor, querrá acompañarlo en su camino. Y esta ciudad, que sabe de su llanto, la arropará en su duelo, llevándola consigo como ella nos lleva, cosidos a su manto.
Ya toca a su fin la empinada vía Dolorosa y nuestro Señor paciente, dócil, sumiso, divisa al otro lado de la puerta de Damasco el tabernáculo de su suplicio; haciendo verdad que solo aquel que desee pasar por la puerta de la aguja tendrá partido en él. Es lo que nos enseña el Señor de San Lorenzo, Nuestro Padre Jesús del Calvario, cuando somos invitados a compadecer con Él en el rezo y contemplación del Vía Crucis, a sobrecogernos en ese éxtasis de entrega cada viernes transitando por la puerta de Plasencia hasta un campo de blancos marrubios, el calvario del Marrubial. Hoy, Señor humilde, sobre un paso que ha arrebatado el oro de la puerta hermosa del Templo de Jerusalén, pasas bajo el arco triunfal que cada Miércoles Santo te lleva al más bello y hermoso calvario envidia de la humanidad: nuestra Catedral. Madre del inmenso Dolor, no hay abrazo ni caricia que apague tu quebranto cuando impotente miras al Divino Pastor que modelara Fray Juan Bautista de la
Concepción camino del Calvario. ¡Oh, Madre del Mayor Dolor! Aún no claves tus ojos azabache en la mirada del que eres esposa e hija desde la eternidad, el Padre bueno y compasivo, todavía no ha acabado el escarnio y el suplicio, la mofa, la burla del que fuiste Sagrario; queridísima Madre, el necio gobernante sigue creyendo que puede salir del aprieto en el que el viejo culto le ha puesto. Ahora tu dolor se irá haciendo más irresistible, hiel y amargor, que como decía Manuel Salcines:
Tu Mayor dolor Señora
después de tanto tormento
se convierte en rosas rojas
que caen sobre San Lorenzo
cuando despierta la Aurora.
Pentagrama musical que nos arrastra hasta la parroquia de San Lorenzo, allí nos espera la Virgen del Mayor del Dolor. Discreta y bella, como un atardecer, así es Ella, así se pierde cada Miércoles Santo en el entramado de callejas que la llevan a la Catedral… La Virgen del Mayor Dolor avanza cada Miércoles Santo alejada del bullicio, con caminar solemne entre la sutil cascada de cera que emana de su candelería, escoltada por esbeltas piñas de clavel blanco a los sones de “Mater Mea”. ¡Cuánto trabajo cuesta alejarse de la Virgen del Mayor Dolor de vuelta a San Lorenzo!, cuando el frío de la madrugada, ya de Jueves Santo, arrecia; pero al mirarla, el calor bulle, vuelve a nuestra sangre y eleva nuestro espíritu. La Virgen del Mayor Dolor es una rosa escondida, es un sueño de Miércoles Santo, es el dolor que aflora, que calla, que inunda nuestro sentido para mirarla, para amarla, para no dejar de quererla.... Rendidos ante Ella, como cada una de esas notas que componen el “Mater Mea”, bajamos la calle Santa María de Gracia… ya con la torre de San Lorenzo al frente y los zancos del paso del Señor del Calvario reposando sobre el frío mármol del templo, suena para Ella la última saeta:
“Traspasada por amor,
en una nube de incienso,
marchita como una flor,
regresas a San Lorenzo
Virgen del Mayor Dolor”.
Para Córdoba la gloria, y Tú la afrenta.
Tú el suplicio y yo el regalo.
La fernandina San Lorenzo marca la Vía Sacra del Calvario.
Tú soportas la violenta carga de una cruz de palo,
mientras la madre padece el Mayor Dolor sin reparo.
Nazareno de San Lorenzo que hacia el Gólgota caminas,
¿no te pesa a Ti esa cruz?
¿Los hombros despellejados que ha inflamado la presión del patíbulo que abrazas,
no se quiebran de dolor, descoyuntados tus hombros,
tus hombros de Buen Pastor?
Nazareno del Calvario, miro tu cara inocente…
… ¡no se oye queja en tu voz! ...
Pero yo sé que te hieren tallos de espinas punzantes,
y te hiere la fricción de la túnica en la espalda,
tu espalda llena de escaras que han cincelado buriles,
los azotes del terror.
Nazareno de San Lorenzo que hacia el Calvario caminas,
cargas el Mayor Dolor,
pero asumes tu Calvario con tal dulzura y belleza,
que en tu rostro se dibuja el Gran Poder del Amor,
ese que aceptas y abrazas de San Lorenzo al Calvario entre plegarias y cirios,
entre armonías de duelo que hacen temblar en la noche
los varales que cobijan la mayor desolación,
la de Aquélla que te sigue traspasada de puñales,
compartiendo tu condena,
que es su Mayor Dolor.
Aunque la acunen costales y ritmos de devoción,
aunque la unja de incienso el aire a su alrededor,
su Dolor no se consuela,
su Dolor es tu Dolor.
Vía Crucis, suelo de espinas,
frío en el Miércoles Santo,
palio de música oscura y acordes de madrugada,
vía del Mayor Dolor.
Cuando la carga del madero produce un dolor inmenso, el pensar en la Madre, puede aliviar por San Lorenzo…
Quien te diría, Señor, que aquella madera con la que jugabas de niño en tu taller, te llegaría a dañar tanto. Que llegaría a ser una cruz sobre tu hombro y testigo de tu Calvario…. Que esa madera que tanto amaste, manchada de sudor y sangre, acabaría siendo… Jesús del Calvario, durante tres siglos… Mayor Dolor de una Madre.
Nuevamente, en la tarde del Miércoles Santo, la ojiva de San Lorenzo emite su quejío lastimero dando paso al Señor de los Panaderos, que sale a las calles cordobesas sumiso, dócil y manso. Con esa presencia acogedora, humilde y amorosa que, aceptando el tormento, acunándose en la cruz, como cuando bendecía a sus labradores de los pagos del Marrubial, se dispone a rezar, acompañado por sus hermanos de hábito cárdeno y oro, promesa y dolor, la oración que San Álvaro regaló al mundo: el Santo Vía Crucis.
Recuerda pueblo la historia
del que marcha voluntario
a dar al hombre la gloria
y en la cumbre del Calvario
deja inmortal su memoria.
En tu mirada Señor. Ha sido en tu mirada. En tu mirada serena, en la aceptación de tu cruz camino del Calvario, proclamando que eres el verdadero Cordero de Dios, es ahí, en la soledad de tu capilla, ante tu dulce mirada donde he sentido que sólo en Ti se encuentra el consuelo para soportar la angustia y el padecimiento de las injusticias y la incomprensión.
Tu nos dijiste, Señor, que tomáramos nuestra cruz y te siguiéramos. Ayúdanos con tu ejemplo, Jesús del Calvario, a soportar con humildad el peso abrumador de una cruz, que en muchos momentos se nos antoja insoportable. Que tus frágiles y desnudos pies nos marquen el camino a seguir para nuestra salvación.
Lleva el bálsamo de tu mirada Señor, a los que soportan su Mayor Dolor en la cama de un hospital, en la ingrata soledad, en una balsa en medio del mar, o en alguna cola en busca de alimento para sus hijos. Que nunca nos falte tu dulce mirada, Señor.